Cuentos, relatos y narraciones.: Insomnio Luis Revert


Insomnio

Los perros ladraban en mitad de la noche. Desperté con la mente cargada de imágenes que se desvanecían pese a mis esfuerzos por evitarlo; irremisiblemente se borraban para siempre y su hueco era rellenado por una añoranza cuyos argumentos me resultaban desconocidos; no sólo imágenes, también un caleidoscopio de emociones se extinguían y debían ser muy gratas a juzgar por el mal humor por el que fueron reemplazadas cuando la vigilia se adueñó de mí por completo y el espacio se llenó con el sonido de la jarana canina hasta el último resquicio de mi consciencia. Pensar en el trabajo, en la oficina que me aguardaba al día siguiente; los balances amontonándose sin tregua y la garganta seca y agotada en miles de palabras de las que no soy más que un simple depositario, lanzadas a través de un teléfono; la repetición de un protocolo diario en el que cualquier variación suponía una señal de alarma y el mero -aunque laborioso- aburrimiento era señal de que todo iba bien. Luego la vuelta a casa y a la soledad, al hartazgo de llamar a cualquier amigo para volcar en él mi desidia ante unas cervezas; a la fatiga de no encontrar nada que me interese más allá de las tareas cotidianas que me puedan reportar dignidad cada día. Sólo faltaba una noche desvelada para que esta vida modulase de rutinaria a tortuosa. Una noche de insomnio para adquirir la certeza de que la forma como vivo es el molde que me hace ser como soy  y que si quiero ser de otro modo debo de cambiar este molde antes de que esto resulte imposible; puede que sea demasiado tarde y que mi conversión en el tipo más desganado y soporífero de este planeta sea ya irrefutable. Es el modo como viven lo que hace a las personas y no al contrario aunque, en ocasiones, de esto resulte una dicotomía interna. Y es esta contradicción la que me hace tan poco valioso a mis propios ojos.  Salí al jardín a tranquilizar a mi podenco, seguía ladrando enérgico y corriendo con el pelo de su lomo erizado, pegado al muro -mitad piedra, mitad tela metálica- que constituía los límites de mi casa. Los demás perros del barrio le hacían coro. Se escuchaban ladridos muy cercanos y otros más alejados y parecía propagarse el mensaje; quizá terminasen por ladrar todos los perros de la ciudad. Estaba convencido de que la sinfonía canina había comenzado con los ladridos de mi perro; cuando desperté escuchaba sus sonidos inconfundibles y percibí como se sumaban las voces de los animales de los vecinos colindantes; cuando salí al jardín, se iban sumando otras voces de otros perros proferidas desde lugares cada vez más lejanos, como si cada uno fuese el eco de todos los demás, pero no cabía la menor duda: el escándalo había comenzado en mi casa. Crucé el jardín y me asomé a la puerta de entrada. El perro me acompañó algo nervioso, emitiendo ladridos de un modo más esporádico que completaba con gruñidos que delataban su desconfianza; su pelo ya no se mostraba erizado. Poco a poco la barahunda canina fue cesando. Quedé unos instantes mirando a ambos lados de la calle; no era normal que el perro se hubiese asustado de esta manera, no iba con su carácter. Ante mi vista sólo se presentaba la calle desierta y penumbrosa -eran muchas las farolas que no funcionaban- ningún indicio de que nadie hubiese pasado por aquí, ninguna figura misteriosa saliendo de entre la penumbra, ni el más leve sonido que insinuase la presencia de cualquier ser vivo, nada. Volví al interior de mi vivienda. Mi perro quedó al otro lado del umbral con la expresión del deber cumplido dibujada en su cara. Ya en mi cama me resultaba imposible volver a conciliar el sueño. Sentía una extraña ansiedad, como si hubiese sufrido una pérdida; algo parecido a cuando se sale de viaje y se tiene el presentimiento injustificado de que algo quedó fuera de la maleta o de que tal vez un grifo quedase abierto o una estufa prendida en la casa desierta. Y no pude dormir en toda la noche, cansado de ser quien soy y no la persona que desearía ser.


 Me he levantado de la cama en la habitación del hotel bastante desesperanzada. Es mi último día en esta ciudad desconocida y toda mi estancia aquí me ha resultado infructuosa. Quizá realice las últimas pesquisas pero creo que he viajado a una ciudad equivocada. Hasta ahora nos bastaba con mantener nuestra comunicación y poder vernos en lugares inverosímiles y dotados de cierta magia y jugar al juego en el que tú dices que te llenas y encuentras la sustancia vital; pero esta magia era incapaz de detener el deseo de fundirnos en un abrazo y este deseo terminaba por anegar el ambiente. Antes de iniciar mi viaje investigué sobre la colección de datos que me habías proporcionado a lo largo de nuestros encuentros. Era tarea difícil porque muchos eran incorrectos; sé que no se trata de un engaño premeditado; a veces cuesta discernir lo real de lo fantástico. Cada mañana al levantarme añadía las nuevas pistas que me ibas facilitando; más tarde te preguntaba sobre algunos pormenores acerca de ellas. Me costaba un gran esfuerzo; tú vas, vienes, te despides, regresas, en nuestra existencia difusa y cada vez echo más en falta tu alegría e ingenio desbordante de vitalidad como queriendo exprimir cada segundo antes que despunte el día. También me asaltan las dudas en algunos momentos y me pregunto por que he emprendido este viaje, la locura de no saber dejar cada cosa en su lugar y poder disfrutar de todas las vidas sin necesidad de entrelazarlas... Y creo que la respuesta es que lo hago por ti. No se trata de un enamoramiento al uso, no estoy hablando del amor que, mal entendido, puede pudrir estas y otras bellas palabras; puede ocurrir que un simple encuentro con una persona determinada resulte trascendente en el decurso del resto de la existencia, ya sea por simple transferencia o por el ánimo que esta persona pueda infundir, quedando la vida, caso de que este encuentro no se produzca, fragmentada para siempre por una mera cuestión de azar.  Estaba claro que debía ser yo quien te buscase. ¡Sería todo tan sencillo si tuvieses el don de la memoria!. Tu siempre respondes que ese es tu mayor deseo. Tras mucho trabajo pude conjeturar en que ciudad puedes estar e incluso en que barrio de esta ciudad. Llevo tres días investigando, preguntando en comercios y otros establecimientos si conocían a tal persona y les daba una descripción pormenorizada de tu aspecto y pronunciaba tu nombre, pero no obtuve ningún resultado y estaba cansada de mirar constantemente a la gente que poblaba las calles deseando reconocerte y temiéndolo al mismo tiempo; el temor que me produce la certeza de que no me vas a reconocer y no tendré palabras para decirte como hicimos, sin que me tomes por una persona trastornada. Hoy no voy a continuar con esta fustración. Se que más tarde podré obtener respuestas y aguardaré pacientemente hasta encontrar la ciudad verdadera, si no opto por desistir para siempre. Tomaré un día sosegado de descanso, quizá, para matar el tiempo, vaya al cine esta tarde y mañana temprano el tren me devolverá a mi ciudad y a mi trabajo. Lo que más deseo es que llegue la noche, poder dormir, encontrarme contigo y seguir preguntando y perseverando en enseñarte el don de la memoria y que acudas solícito para que te muestre los lugares que descubrí guiada por el viento de la fantasía y que te perdiste porque te atacó el insomnio. 


 Me levanté de entre las sábanas con la liviana y agradable sensación de volar sobre mi cuerpo. Una intuición mágica me lleva 
a una calle sombría constituida por casas ajardinadas. Me detengo frente a la puerta, sé que te encuentras ahí aunque es posible que tenga que llamarte para que vengas de allá donde andes. Tengo el convencimiento de que acudirás a mi llamada. He penetrado en el jardín ardiendo en el deseo de preguntarte más detalles para saber en que ciudad vives (y se que me confundes porque te cuesta conectar con tu conciencia del mundo real) o de volver a repetirte las estrategias, que siempre olvidas, para que recuerdes lo soñado, para poder dar contigo en el ámbito corpóreo, donde tanto te añoro y donde tanto hemos deseado fundirnos en un abrazo. Vienes, estamos muy cerca el uno del otro. En este momento un perro recorre el jardín, está nervioso, asustado y ladra con desenfreno corriendo de un lado para otro. Y te alejas, súbitamente desapareces, no cabe duda de que has despertado y retornas a tu cuerpo dormido. Varios perros se unen a la algarabía. Sales de la casa y tranquilizas a tu mascota. No puedes verme ni oírme y decido marchar allá donde me lleve el mundo de los sueños en su trasiego aleatorio para que los perros dejen de molestar al vecindario.


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