Andreu
Alfaro, el prolífico escultor de las geometrías de acero y aluminio o
las columnas de mármol, falleció el miércoles por la noche en Valencia,
tras varios años apeado de la vida pública por el alzhéimer.
Con una obra que supera los dos millares de esculturas, buena parte de ellas repartidas por espacios públicos del mundo, Alfaro fue uno de los escultores españoles contemporáneos más sobres
Con una obra que supera los dos millares de esculturas, buena parte de ellas repartidas por espacios públicos del mundo, Alfaro fue uno de los escultores españoles contemporáneos más sobres
alientes
sin abandonar Valencia, donde nació en 1929 y por donde logró pasar
inadvertido pese a su importancia de haber sido uno de los primeros en
recuperar la modernidad tras el socavón que produjo la Guerra Civil en
la producción artística española.
El escultor, que fue asimismo un delicado dibujante, surgió de un entorno que lo predisponía a continuar el negocio cárnico familiar en el que, antes de ir al colegio, había que afilar cuchillos y dar de comer a los cerdos que su padre tenía en Tavernes Blanques. Provenía de una estirpe de carniceros liberales y se formateó en el Matadero General de Valencia, donde los matarifes ensayaban tratados de cirugía y blasfemaban sin que se cayese la colilla de la boca. Siempre solía presumir de que esa había sido su universidad.
El escultor, que fue asimismo un delicado dibujante, surgió de un entorno que lo predisponía a continuar el negocio cárnico familiar en el que, antes de ir al colegio, había que afilar cuchillos y dar de comer a los cerdos que su padre tenía en Tavernes Blanques. Provenía de una estirpe de carniceros liberales y se formateó en el Matadero General de Valencia, donde los matarifes ensayaban tratados de cirugía y blasfemaban sin que se cayese la colilla de la boca. Siempre solía presumir de que esa había sido su universidad.
Su facilidad para dibujar lo aproximó, primero, al ámbito de la publicidad, en el que desarrolló su pericia en el diseño, y, luego, le metió de lleno en el mundo del arte. Alfaro aprovechó esas brechas e hizo el complicado tránsito del mundo productivo al creativo sin desconectarse de la raíz ni perder la perspectiva que le había conferido el duro aprendizaje de la vida; es decir, aplicando la rac
ionalidad
a la creatividad. Ese mestizaje, unido a la pulcritud, le permitió
sustanciar bellezas de gran elegancia que no solo satisfacen a los más
exigentes catadores de códigos, sino que conforman muchos paisajes
colectivos. Pero antes tuvo que convencer a su padre, que no había
asimilado que le gustara tanto Goethe ni que se podía ganar la vida sin
trabajar duramente con las manos.
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